El color ámbar del atardecer dibuja una bucólica postal del paisaje dispar de marismas salpicadas de grúas y fábricas de la bahía de Cádiz. La ensoñación dura lo justo, el tiempo de caer en la cuenta de los nombres ocultos tras ese skyline industrial dulcificado por el sol: Tabacalera, los astilleros de Navantia, Delphi, Alestis, Airbus; todas empresas amenazadas —si no ajusticiadas, directamente— por el fantasma de la deslocalización de la economía global capitalista. “Pero 15 o 20 salinas con sus familias no son deslocalizables. Por eso esto es tan ilusionante”, contrapone Juan Martín, presidente de la ONG Salarte. El experto reflexiona y otea el horizonte con sus prismáticos desde Marambay, una antigua infraestructura salinera de 4,5 hectáreas recién restaurada por una iniciativa privada. El proyecto, apoyado con fondos europeos, llena de esperanza a una Bahía en la que languidecen 5.000 hectáreas más de salinas que, durante milenios, fueron origen de riqueza y trabajo.